(Raíz
de donde provienen los Testigos de Jehová): Provienen del Arrianismo.
Arrianismo,
herejía cristiana del siglo IV d.C. que negaba la total divinidad de Jesucristo
en su pleno sentido. Recibió el nombre de arrianismo por su autor, Arrio.
Nativo de Libia, estudió en la escuela teológica de Luciano de Antioquía, donde
se formaron también otros seguidores de esta herejía. Después de ser ordenado
sacerdote en Alejandría, Arrio se vio inmerso (319) en una controversia con su
obispo relativa a la divinidad de Cristo. Fue finalmente deportado (325) a
Iliria debido a sus creencias, pero el debate sobre su doctrina pronto
involucró a toda la Iglesia y la conmocionó durante más de medio siglo. Aunque
su doctrina fue proscrita finalmente en el año 379, en todo el Imperio romano
por el emperador Teodosio I, pervivió durante dos siglos más entre las tribus
bárbaras que habían sido convertidas al cristianismo por los obispos arrianos. El
conflicto que entrañaban las enseñanzas y predicaciones de Arrio radicaba en el
modo en que configuraba las relaciones entre Dios y su Hijo, el Verbo hecho
Hombre. Según los arrianistas, el Hijo de Dios, segunda persona de la Trinidad,
no gozaba de la misma esencia del Padre, sino que se trataba de una divinidad
subordinada o de segundo orden, puesto que había sido engendrado como mortal,
afirmación que se fundamentaba en antiguos escritos del cristianismo y en
especial en algunos comentarios de Orígenes. Para Arrio y sus seguidores, la
esencia de Dios, fuente rectora del cosmos, creadora y no originada, existe por
la eternidad; convertía al Verbo en una criatura que gozaba de la condición
divina, en efecto, pero en cualquier caso en la medida en que el Verbo
participaba de la gracia, y siempre subordinado al Padre y a su voluntad. Las
enseñanzas de Arrio fueron condenadas en el año 325 en el primer Concilio
ecuménico de Nicea. Los 318 obispos reunidos allí redactaron un credo que
establecía que el Hijo de Dios era “concebido, no hecho”, y consustancial (en
griego, homoousios, de la misma sustancia) con el Padre; esto es, el Hijo
formaba parte de la Trinidad, no de la creación. Previamente, ningún credo
había sido aceptado con carácter universal por todas las iglesias. La condición
del nuevo credo como dogma fue confirmada por prohibiciones en contra de la
enseñanza de Arrio. A
pesar de su condena, la enseñanza de Arrio no se extinguió. En parte se debía a
la interferencia de las políticas imperiales. El emperador Constantino I revocó
la orden de exilio que pesaba sobre Arrio alrededor del 334. Poco después, dos
personas influyentes salieron en defensa del arrianismo: el nuevo emperador,
Constancio II, que se vio atraído por la doctrina arriana, y el obispo y
teólogo Eusebio de Nicomedia, posteriormente patriarca de Constantinopla,
también se convirtió en líder arriano. En
el año 359 el arrianismo había prevalecido y se convirtió en la fe oficial del
Imperio. Sin embargo, las luchas internas dividieron a los arrianos en dos
partidos. Los arrianos moderados consistían sobre todo en obispos del este conservador,
quienes básicamente se pusieron de acuerdo con el credo de Nicea pero dudaban
acerca del término improvisado homoousios (consustancial) utilizado en el
credo. Los neoarrianos defendían que el Hijo tenía una esencia diferente (en
griego heteroousios), o que no se asemejaba, al Padre (en griego anomoios).
Este grupo también incluía el Neumatómacos (combatientes en contra del
Espíritu), quienes afirmaban que el Espíritu Santo es una criatura como el
Hijo. Con la muerte de Constancio II en 361, y el reinado de Valente, quien
persiguió a los moderados, se había abierto una vía para que la ortodoxia de
Nicea obtuviera la victoria final, reconocida por el emperador Teodosio en el
año 379 y reafirmada en el Segundo Concilio Ecuménico (Constantinopla I) celebrado
en 381. El
arrianismo tuvo una fuerte implantación entre los visigodos en España. El rey
Leovigildo mandó ejecutar a su hijo Hermenegildo por haber abjurado de su fe
arriana.
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